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lunes, 8 de junio de 2015

RAY HARRYHAUSEN, el Encantador de Monstruos.


RAY HARRYHAUSEN, EL ENCANTADOR DE MOSNTRUOS

El pasado 7 de mayo falleció en la ciudad de Londres a sus ochenta y dos años, el mago de los efectos especiales Raymond “Ray” Harryhausen. Pocas personas en el mundo del cine merecen tanto el título de Artista de Efectos Especiales como este hombre; quien diseñó, construyó y animó él mismo a algunas de las criaturas más icónicas, complejas y hermosas que jamás aparecieran en la pantalla grande.
    Primero fanático, luego discípulo y colaborador, y finalmente sucesor de Willis O’Brien, Harryhausen descubrió un nuevo mundo de fantasía y magia cuando vio King Kong (Cooper y Schoedsack, 1933) a los 13 años. La obsesión del pequeño Ray por la película lo llevó a investigar todo lo que pudo sobre la técnica de animación en Stop-Motion y sobre O’Brien, encargado de los efectos dela cinta, a quien finalmente logró conocer en persona.
    O’Brien invitó a cenar a su casa a su joven admirador, quien luego de la cena le mostró un cortometraje casero que había realizado utilizando Stop-Motion. El animador quedó asombrado por la calidad del trabajo de Harryhausen y decidió tomarlo como su discípulo.
    Ray Harryhausen estudió Artes Plásticas especializándose como grabador. De hecho, la mano artesanal del grabador puede apreciarse en las texturas y las formas de sus criaturas; así como la influencia de los clásicos helénicos en sus temas.

    En 1948, O’Brien llamó a Harryhausen para trabajar en su primer proyecto en colaboración. Empero, al final fue O’Brien quien se llevó el crédito a pesar de que Harryhausen hizo casi toda la animación. Se trataba de una película de aventuras de corte familiar llamada El gran gorila (Shoedsack, 1949), que contaba la historia de una muchacha blanca criada en África que había tomado por mascota a Joe, un gorila de fuerza y tamaño descomunales. La chica y el primate son descubiertos por el promotor de un circo y llevados a EE.UU. La película gozó de un éxito considerable, tanto que tuvo un remake producido por Disney en 1998 (Mighty Joe Young, Underwood, 1998).
    El siguiente trabajo de Harryhausen lo pondría a él a cargo de todos los efectos de una película de monstruos llamada El monstruo del mar (Lourié, 1953). En esta aventura un grupo de científicos trata de detener a un gigantesco Rhedosaurus (especie ficticia), vuelto a la vida accidentalmente mediante pruebas nucleares en el Polo Norte, de destruir la ciudad de Nueva York. El apretado presupuesto obligó a Harryhausen a improvisar y hacer uso de todo su ingenio para sacar el proyecto adelante. El resultado final es simplemente espectacular. Muchas personas consideran a esta película como “una copia de Godzilla”, pero la verdad es que es exactamente lo opuesto ya que ésta se estrenó primero.

    La década de los 60 fue la más prolífica en la vida del artista, siendo en la que produciría, entre otras, tres películas icónicas. De éstas, una se convirtió en aquélla que habría de ser ligada a su nombre hasta el día de su muerte.
    Para esta cinta, los realizadores adaptaron de forma extremadamente libre el mito griego de la búsqueda por el vellocino de oro a manos de Jasón. Jasón y los argonautas (Chaffey, 1963) muestra algunas de las escenas más icónicas de la carrera del animador, incluyendo la pelea contra la Hidra de Lerna (les advertí que la adaptación era demasiado libre, ¿no?) y una batalla impactante contra un ejército de esqueletos vivientes.

    Su siguiente película notable fue Un millón de años a.C. (1966). En ella se narra de una forma bastante naive (por no decir infantiloide) el encuentro de los miembros de dos tribus  de cavernícolas y la travesía que deberán superar para devolver a uno de ellos a su pueblo de origen. Las escenas de las batallas entre dinosaurios, particularmente la pelea climática entre un Tyrannosaurus y un Triceratops, son de antología; aunque… ¿quién puede distraerse con esas nimiedades teniendo en pantalla a Raquel Welch en un ajustado bikini de cuero?

    La última película de Harryhausen en esta década es una de mis favoritas. En El valle de Gwangi (O’Connolly, 1969) un grupo de vaqueros, artistas de circo, exploran un valle prohibido en el desierto mexicano, sólo para descubrir que se encuentra habitado por feroces dinosaurios.

    La década de los setenta fue relativamente inactiva para Harryhausen. Sin embargo, fue en este periodo cuando pudo terminar su trilogía de Sinbad (la primera peli, Sinbad y la princesa, se estrenó en 1958) con El viaje fantástico de Sinbad (Hessler, 1973) y Sinbad y el Ojo del Tigre (Wanamaker, 1977).
    En El viaje fantástico de Sinbad encontramos el punto más alto, técnica y artísticamente hablando, en la carrera del animador. La trama es de lo más sencillo: A manos de Sinbad (John Phyllip Law), príncipe de Baghdad tras casarse con la princesa de la primera película, llega un antiguo mapa que revela la ubicación de la legendaria isla de Lemuria (continente hipotético sugerido en el siglo XIX que después nutriría relatos de ficción como El cazador de sombras de H.P. Lovecraft o el anime Los caballeros del Zodiaco), llena de riquezas. El marinero se embarca en una travesía para encontrar el tesoro de Lemuria, no sin enfrentarse a terribles obstáculos.
     De entre ellos, quiero mencionar aparte la que es considerada la mejor animación de Harryhausen y que es una de mis escenas favoritas de todas las películas de monstruos que he visto. Se trata del duelo de cimitarras entre Sinbad y sus marineros, y una estatua viviente de la diosa Kali (ya dijimos que las adaptaciones eran libérrimas). En verdad, uno tiene que ver esta escena para apreciar la complejidad, el realismo (para 1973), la calidad técnica y la belleza de sus efectos especiales.

    La última película, Sinbad y el Ojo del Tigre resulta una conclusión algo decepcionante, pues sus limitantes de presupuesto y su terrible guión desmerecen en comparación con las dos películas anteriores. A pesar de eso, el reparto de primer nivel y los efectos del Maestro del Stop-Motion logran rescatar a esta película, convirtiéndola en una divertida epopeya.

    La forma de trabajar de Ray Harryhausen era muy peculiar. Contrario a lo que se supone que debería ser, sus criaturas no estaban al servicio de las películas; sino que las películas se escribían en torno a las escenas de efectos especiales. Harryhausen tenía una idea de lo que quería ver en sus películas; con base en eso escribía un argumento y de inmediato se ponía a trabajar en el diseño de arte, luego contrataba a un guionista y a un director que lograran hacer lucir las escenas de animación.
    Este modo de producción resultó efectivo hasta principios de la década de los 80, cuando Ray Harryhausen estrenó la que sería su última gran película, la epopeya inspirada (apenas) en la mitología griega Furia de titanes (Davis, 1981). En esta cinta, Perseo (Harry Hamlin), pretendiente de la princesa Andrómeda de Joppa (Judi Bowker), debe derrotar a Medusa, pues su mirada letal es la única arma que puede detener a la bestia Kraken (cuyo origen literario en realidad es incierto, pero se cree más cercano a la tradición nórdica) de destruir Joppa por mandato de Zeus (un cansado Lawrence Olivier).

    En su estreno, esta película fue un fracaso de taquilla y con su producción pobre, sus efectos especiales anticuados, su guión atropellado y sus actuaciones desmesuradas, es considerada por la crítica como una de las peores películas jampas hechas… por lo menos hasta 2010 cuando se estrenó su remake, que realmente da pena ajena. Esta película fue un aviso tardío a Harryhausen por parte de la industria cinematográfica, que ya había disfrutado los efectos de nueva generación con las primeras dos entregas de la trilogía original de Star Wars, de que ya no lo necesitaban más.
    Incluso la línea de figuras de acción basada en esta película (hecha a imitación de la de Star Wars por cierto) resultó bastante mediocre y su fabricación se detuvo a la mitad luego del escandaloso fracaso de la cinta.
    A pesar de todo, personalmente le tengo mucho cariño a esta cinta. Recuerdo que la primera vez que la vi tenía ocho o nueve años y me pareció genial; además de que, de la mano de Los Caballeros del Zodiaco, avivó mi interés por la mitología griega. Sin embargo, aún a mis ocho años, durante mucho tiempo creí que esta película había sido estrenada en los sesenta…
    El punto fuerte de la película es sin duda la escena de Medusa, la mítica Gorgona con serpientes por cabellos que convertía en piedra a cualquiera que la mirara a los ojos. Un diseño acertado y fresco y un trabajo de animación esmerado y minucioso hacen de esta secuencia de la película una de mis favoritas; además, recuerdo que a los ocho años sí me daba miedo.

    La verdad sea dicha, también es notorio que Harryhausen no siempre disponía de los presupuestos que necesitaba para realizar sus obras, y puede notarse que con frecuencia reciclaba esqueletos y hasta piezas completas de sus cariaturas para reducir costos. En la mencionada Furia de titanes puede notarse que la cabeza del Kraken es la misma cabeza del monstruo venusino de 20 millones de años a la Tierra (Juran, 1957), mientras que casi todo su cuerpo es el cuerpo de la Reina Serpiente de Sinbad y la princesa; y como este ejemplo hay varios otros.
    Durante las siguientes tres décadas Harryhausen se mantuvo activo como artista plástico y produciendo cortometrajes animados hasta el día de su muerte.
    La experiencia personal me ha demostrado la dificultad para que generaciones más recientes de espectadores (de hecho, las películas de Harryhausen pertenecen más a la generación de mis padres) valoren en su justa dimensión el trabajo de este genio. Los efectos especiales hiperrealistas creados por computadora hacen palidecer el esmero, la dedicación y la artesanía inherente a esta forma de dar vida a criaturas fantásticas que, dicen despectivamente mis alumnos en su despreocupada ignorancia, “parecen de plastilina”. 
    Sea como fuere, el legado de Harryhausen se encuentra presente en la cultura fílmica y su influencia en las películas actuales es innegable; por no mencionar que su escuela sigue vigente prácticamente en cualquier artista contemporáneo del Stop-Motion. Si sus obras están destinadas a ser revisitadas constantemente por nuevas generaciones de cinéfilos entusiastas o, si por el contrario, deberán convertirse en anquilosadas piezas de museo, o si, en el peor de los casos, sufrirán el sino de ser miradas entre condescendencias y risitas palurdas, sólo el tiempo podrá decirlo.
    Descanse en paz, Ray Harryhausen.


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